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Plan / 10 (Final de temporada)

In Plan, Relatos on marzo 7, 2008 at 12:32 pm

Todo comenzó ACÁ.

La distancia entre un juego y un desastre es la que separa un puño de una cara. Con un solo golpe basta. Llego a tambalearme pero me incorporo y arremeto contra el pecho del Novio, un empujón que quiere decir no entendiste nada no entendiste nada. La Novia se acomoda la ropa y sale del auto, avergonzada pero también enfurecida, y comienza a separarnos y a pegarle al Novio. Le grita cosas que yo no entiendo: estoy aturdido por la trompada y me debato entre la galantería de dejar que resuelvan su problema ellos y una educación Karate Kid que me pide desde un lugar irracional algo así como defender mi honor.
¿Mi honor?
Son las seis de la mañana y yo estaba a punto de cogerme a la Novia de un amigo en su auto, en su cumpleaños, y muy probablemente sin tantas ganas como hubiera creído al principio de la fiesta. Estoy ebrio y tan perdido como si no lo estuviera y esto no fuera una noche de descontrol sino un mapa de mi biografía afectiva.
Tengo que controlar mi descontrol.
Me apoyo en el techo del auto, en el hueco de la puerta abierta. Estoy mareado y se me ocurre coronar la noche con un sutil vómito en el asiento del auto.
-Ni se te ocurra, vení.
Mi amiga me toma de los hombros y la cabeza y me hace sentar en la vereda, lejos de la pareja que discute los términos de una traición consumada.
-Ahora sí la cagué.
-No te preocupes. La chica está con vos.
-Pero a mí ya no me gusta.
-Pero sí te gusta que esté con vos.
Sonrío. Mi amiga me abraza. Le hablo de Eugenia pero ella no quiere escuchar. Vino con otro, Manu. ¿Por qué no podés entender?
Manu.
Mi nombre a las seis de la mañana suena extraño. ¿Por qué no puedo entender?
El novio sube a la Novia a su auto y arranca. Yo miro a mi amiga y le pregunto si está enojada porque el flaco se está yendo, porque todo terminó mal, con ella y yo sentados en una vereda. Entonces le digo que vayamos a mi auto.
En el camino me dice que va a volver.
-El Novio va a volver.
-¿Te dijo algo?
-No. Pero va a volver.
A esta hora dudo de cualquier cosa menos de lo que diga mi amiga. Digo en voz alta algo que no termino de pensar: la noche no estuvo tan mal, casi la pongo dos veces. Ella también ejercita su matemática: se chapó a dos. Cuando estamos riendo sale de la fiesta la chica de la tela roja, sola. Mira a los costados, cuando ve que en mi auto hay dos personas frunce el ceño, quiere enfocar. Cuando me distingue en el asiento del conductor viene hacia mí, me pide que baje la ventanilla. Qué quilombo que armaste, me dice, y me da una servilleta de papel escrita con birome. “Otro día”, dice, y hay un número de teléfono. Vuelve a entrar a la fiesta, y yo miro a mi amiga.
-Si esto cuenta, te gané.

Las luces del auto del Novio interrumpen el chiste.
-Se ve que la Novia vive cerca.
El novio baja la ventanilla y llama a mi amiga. Vamos a casa, le dice. Yo miro para otro lado, pero al mismo tiempo sé que tengo que poner el auto en marcha, esperar unos cinco segundos y arrancar. Darle tiempo a mi amiga para que tenga la cortesía de sonreir, con sus labios rojos rojos, y decirme que vayamos a su casa.
Otro día, le dice.

Cuando llegamos a su casa le pregunto cómo hizo para mantener el rojo rojo de sus labios. No me responde, acaso porque la respuesta es tan obvia como que no pienso manejar hasta mi casa. Ella lo sabe, y me abre la puerta, casi como una madre me dice pasá, dale, pasá.
Tengo en el bolsillo el disco de Aristimuño que nunca le devolví a la chica que ponía música en la fiesta. Una canción de Aristimuño me tocó el hombro y se quedó conmigo toda la noche. Pase lo que pase se va a quedar conmigo. Eso me conforta, en el fondo de una aventura decadente y al mismo tiempo vital. No había ido a buscar amor.
Nos acostamos en la cama de mi amiga.
-¿En serio no te jodió ver que Eugenia fue con ese chico?
-Si hay celos no hay onda, ya me costó un corazón aprenderlo.
-Bueno pero tampoco es la boludez.
La palabra justa en los labios rojos rojos. Hago un gesto para abrazarla debajo de las sábanas.
-Dejá de hinchar las pelotas.
-Bueno.
-Dormite.

Plan / 9

In Plan, Relatos on marzo 6, 2008 at 2:15 pm

No voy a detenerme en nada que no sea las tetas de la Novia. En nada. Ni siquiera en la espalda de Eugenia, yéndose de la fiesta con su chico y otro grupo de gente. Ni siquiera en la escena símil porno que arman mi amiga y el Novio. En la fiesta quedan unas 20 personas bailando sobre los escombros de un hogar desgarrado.
Ni siquiera quiero detenerme en la certeza de que disfrutaba mucho más de la posibilidad que del hecho: sucede con la gente de boca chica, gente destinada a la histeria de los demás.
La Novia me besa mal pero yo intento concentrarme en sus tetas, en rodearlas, en amagar con tocarlas, en hacer que todo mi cuerpo sea un conjunto de señales viales que indican que quiero vivir entre esos pechos. No me desespero porque sé que no querré volver a verla. Lo sé por cómo besa y por cómo me dijo Eugenia que me quería.
-Por dios, tocame las tetas
Sabe cómo jugar o le sale bien de casualidad. Su voz brota como un hilito de agua, el último rugido de una leona vencida.
-Vamos a casa.
-Dejé todo en el auto de mi Novio. Llaves, el saquito… todo.

La posibilidad de que pasemos a buscar todo al otro día, después de las 2 de la tarde por ejemplo y después de haber cogido como se supone vamos a hacerlo no cierra por ningún lado. Ella tampoco quiere volver a ver en las próximas horas a su Novio. No después de verlo enredado entre las piernas de mi amiga, hecho un nudo desesperado con el cuerpo de mi amiga.
Estoy ebrio, casi descompuesto. No puedo dejar de reírme de la situación. Esas llaves no van a arruinar el plan. Eugenia no pudo arruinar el plan, mucho menos lo podrán esas llaves. Pero si voy a pedírselas lo obligo a enfrentar la realidad: su Novia está a punto de ser objeto de una profanación. Él también está en la suya, es cierto, pero nunca es lo mismo.
-Que se joda, él también está con su putita… Es lo mismo.
-Nunca es lo mismo.
La beso con cariño, sin darme cuenta, y le digo que me espere un rato. Dos tragos de cerveza más tarde vuelvo con las llaves del auto del Novio. Para estar más cómodo había dejado todo con la dueña del bar, debajo de la barra. La Novia se ríe porque se había olvidado de eso: cuando llegaron eran una pareja feliz que quería comodidad para bailar y besarse.
-Cuando no se saca las llaves del bolsillo me lastima acá.
Se señala la cadera, adelante, cerca de donde voy a dormir cuando amanezca del todo.
Vamos al auto casi corriendo, le abro la puerta del acompañante y le hago una broma. Todo tuyo. Ella se mete al auto con las rodillas en el asiento y busca las llaves en la parte de atrás. La escena es levemente cómica pero me calienta: todo el culo de la novia está en primer plano, el vestido se hizo para arriba y casi deja ver el nacimiento de un paisaje que promete ser encantador. Mientras ella busca levanto la tela y toco y miro y toco más. Su cola es en este momento lo contrario de una prohibición.
Por un brevísimo instante me da pena el Novio: en este momento me estoy por coger a su novia en su auto después de su fiesta de cumpleaños. Pero la moralidad de la noche es la humedad en la bombacha de la Novia, que, tan borracha como hermosa, deja de buscar las llaves y corre rápidamente todo lo que separa su entrepierna de la mía. Quiere venganza. Ve la oportunidad y la toma.
Cuando me estoy desprendiendo el pantalón siento un grito de mi amiga, un grito que es mi nombre, un grito que se repite con la música de la alerta.
Demoro en reaccionar, le doy tiempo al Novio de que llegue al auto, me de vuelta desde el hombro y me pegue torpe, rabiosamente.

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(Mañana, 10º y última parte.)

Plan / 8

In Plan, Relatos on marzo 5, 2008 at 7:20 pm

Mi amiga tiene al Novio contra la pared y una de sus manos está ya en la cintura del chico, jugando con el cinto y el pasacinto entre los dedos. De las frágiles costuras de ese pantalón pende un hogar hecho pedazos y a mi amiga eso simplemente le encanta. Eso la pone a brillar: cada uno de sus movimientos es sencillo y contundente: los dedos en el pasacinto a veces se meten entre la remera y la piel de la cintura del Novio, y al mismo tiempo el otro brazo de vez en cuando se acerca al pecho, a los hombros, al brazo. Y otras veces a su propio pecho, al escote, al cuello. No puedo saber de qué hablan pero mi amiga sabe buscar temas cuya conversación implique tocarse, culminar el sentido de las palabras con gestos que ella además convierte en una danza al borde de un óleo surrealista destrozado en pedazos.
La Novia los mira pero su semblante ya no es el de una leona que protege a la manada. Más bien tiene cara de venganza. No entiende nada pero quiere venganza. Y yo estoy frente a ella, en una mano tengo un disco de Aristimuño y en la otra su arrojo.
Me pregunta cómo hacemos. Estira el sonido de la ce, la transforma en la versión mínima de un aullido de furia.
Los demás a veces miran, sonríen nerviosos.
La chica de la tela roja comenta algo con el chico de la remera a rayas y quiere sumarse, torpemente, al desconcierto, a esa versión ligeramente cómica y barata de una fiesta swinger que parece ser el rollo entre mi amiga, el Novio, la Novia y yo. Entonces pasa su lengua de manera obscena por sus labios ya despintados y abre la boca: toda ella es una bola de cristal en la que se ve un futuro posible, un futuro en el que la chica de rojo me está chupando la pija.
No lo quiero, no lo necesito: levanto un vaso del piso, le cargo cerveza y brindo en el aire. Quiero ser elegante, rechazar ese gesto pornográfico con actitud de propaganda de Cinzano. La Novia me pregunta qué le pasa a su propia amiga, por qué hace eso. Le digo que sería tan difícil explicárselo que tendría que escribir un cuento largo, una nouvelle vague de clase media cordobesa. Pero yo no soy escritor.
-A mí me gusta lo que escribís.
-A mí me gusta cómo bailás. Y por lo que creo, me gusta cómo besás.
La Novia está tan ebria como yo y me abraza por el cuello y acerca su cabeza, la frente hacia delante, a la mía. Chocamos, quedamos con las narices enfrentadas, nos sentimos uno a otro el perfume rancio del cigarrillo y sonreímos, primero, y reímos, después. Entonces dibujamos una forma precisa, una especie de gota: las frentes pegadas, los mentones alejados, los cuellos a 45 grados, los pechos encorvados hacia fuera y las caderas completamente unidas. Siento su pubis: la tela del vestido es suave y mi pantalón parece a punto de soltar una canción enardecida.
Las carcajadas no se imponen sobre la música pero la escena llama la atención de Eugenia y de su chico. No quiero mirarla no quiero mirarla no quiero mirarla y cuando la miro a ver qué hace me está mirando con compasión y parece querer escribir con las cejas ay chiquito, ay chiquito.
Entonces beso a la Novia. La llevo contra la pared, la encierro entre mi erección y los ladrillos y tengo la sensación de que beso no a una mujer sino a una materia hecha de todas las mujeres de esta noche larga, imperfecta, cruel. A todas menos a la que estoy efectivamente besando: la lengua de Rocío, los labios de Eugenia, los dientes de la chica de rojo, el aliento alcohólico de la dueña del bar.
Entre el estruendo de la música escucho o creo escuchar un sonido levísimo, de tela que se rompe: miro a mi amiga, al Novio. Ella tiene en sus dedos el pedazo de jean que antes era el pasacinto del pantalón de él. Juega con la tela entre los dedos mientras se deja tocar el culo como si ella fuera una pileta y el Novio un nadador.
Eugenia me guiña el ojo cuando su chico no lo ve y casi inmediatamente me mira como para mandarme a la puta que me parió. Mueve los labios para decirme algo a la distancia. Leo su boca.
–Voy a amarte siempre, siempre.

Plan / 7

In Cosas que pasan, Plan, Relatos on marzo 4, 2008 at 3:45 pm

Cuando me di vuelta la reconocí: la canción de Aristimuño era la chica de mis sueños.
-Me pegó mal. Dos secas y me pegó mal.
-¿Qué pasó?
-Vi a Rocío.
-¿No vive en Londres?
-Si. Pero la vi. Sentí que me tocaba el hombro.
Mi amiga hace el recuento de mujeres de toda la noche y tiene razón: agregarle una imaginaria es demasiado. Pero Rocío sería perfecta para terminar la noche.
-Pero esta noche no es una noche perfecta. Solamente es larga.
El Novio viene solo hacia nosotros. Trae unos tragos largos. Mi amiga le ofrece de fumar y él acepta. El papel de arroz está manchado con un lapiz labial rojísimo y el Novio lo mira, hace una pausa, pone cara de que se le acaba de ocurrir una genialidad para seducir a mi amiga, pero después pone cara de que se la va a tener que reprimir, por el momento, y pita. Una noche perfecta, dice.
Mi amiga me aprieta el codo: en un idioma sencillo eso quiere decir que lo tiene. Y que me vaya. Agradezco el trago y voy hacia la que pone música. Quiero escuchar Maximo Park y ver qué pasa si empezamos todo de nuevo.
La que pone música es una chica diminuta, no más de un metro sesenta, tiene una especie de remera cuyo escote deja ver una parte de sus pechos como veletas. Me río porque sé que no me voy a contener y le digo que cuando se agacha se le ven las tetas. En el instante que precede a su respuesta me imagino que me va a preguntar si me gustan y me va a invitar a su casa a coger entre miles de discos, y que además en su casa sí va a poner música que me guste. Pero sólo se lleva la mano al escote y me mira de manera despiadada. Le pido perdón y le hago señas de que estoy ebrio, de que estoy en otro mundo, de que quiero que ponga Maximo park para bailar con la chica de mis sueños que vive en Londres y que no es, no es, no es Eugenia. No. Entonces miro la mesa de discos y veo uno de Aristimuño. No le pido que lo ponga: la fiesta está en su punto Calle 13. Sí le pido que me lo preste y voy hacia Eugenia. Interrumpo la conversación que tiene con su chico y le pregunto si escuchó esto, esto que tengo acá, esto que es una maravilla.
Eugenia me contesta que no y le digo que se lo voy a grabar. El chico me toca el hombro y le saco la mano. Nos miramos. Quiero decirle que recién se me apareció la chica de mis sueños y no era Eugenia, no, no. O pegarle. Tiene los ojos rojos de rabia. Yo también tengo los ojos rojos. Eugenia nos separa y cuando siento sus manos apretándome los brazos la recuerdo desnuda, hace menos de dos horas, en la pieza de arriba del bar, al borde la cama y al borde de las lágrimas. En mi cabeza una frase insiste en convencerme: si hay celos no hay onda.
-¿Me querés así o me invento una vida para que me quieras, una vida en la que no venga a las fiestas de tus amigos con un chico?
-No tenés que hacer nada para que te quiera.
-Vos tampoco.
Me voy con el disco hacia donde está la Novia, hablando con el de lentes. Me siento una bolita de flipper y se lo digo. Y le pregunto si escuchó este disco que tengo en la mano.
-No.
-Lo vas a escuchar dentro de un rato. Lo tengo en casa.
-¿Cómo hacemos con mi Novio?
-Yo tengo un plan.

Plan /6

In Cosas que pasan, Plan, Relatos on marzo 2, 2008 at 9:27 pm

La espalda que bailaba con mi amiga viene y me saluda, me saca de una conversación muy interesante que manteníamos la Novia, sus tetas y yo, sobre capítulos de Seinfeld que nos hicieron reír. La Espalda es un chico grandote, huele a marihuana, tiene un tatuaje en el hombro: un escudo de Racing de Avellaneda.
Me pregunta qué onda con mi amiga.
-Estaba todo bien, pero ahora está en otra.
-Así es ella, flaco. Así es mi amiga.
-Pero…
-Estoy ocupado, todo bien pero estoy ocupado.
Mientras la Espalda me habla la Novia se da vuelta y habla con otro chico, uno que no se saca los lentes oscuros y que la abraza incluso más indecentemente que yo. Miro al Novio con ganas de que él haga algo.
-Quiero que me digas si hay onda o no hay onda.
-Preguntale a ella.
-No, boludo. Vos sos su amigo, averiguá y decime.
Miro a mi amiga. Ella está hablando con el novio y todo el plan de destruir ese hogar está en sus hombros. Y sus hombros están desnudos y reflejan las luces insuficientes del patio de la fiesta.
-No. No hay onda.
-¿Cómo sabés?
-Porque estás celoso. Si hay celos no hay onda. A mí me costó el corazón aprender eso.
La Espalda se queda con el vaso a medio camino entre su mano torpe y su boca abierta. Lo dejo con un gesto claro, evidente, de fastidio. Soportar a músicos cordobeses no está entre mis virtudes.
Detrás del chico de los lentes está Eugenia. Discute con su chico. Tiene el semblante de una mujer dolorida, y el chico no parece entender. Si hay celos no hay onda. Voy a la barra, compro un malbec de 40 pesos y se los llevo.
-Mis disculpas. Disfrútenlo.
Eugenia me sonríe y me siento todopoderoso. Me costó un corazón, pienso, y me doy cuenta de que estoy tan ebrio que no hay manera de que me vaya a casa solo. Le preguntaría al chico cómo es su nombre pero no me importa.
-Te preguntaría cómo te llamás pero no me importa.
Le agarro la mano a Eugenia y me la llevo a la boca. Le doy un beso, mirándola a los ojos. Entre ella y yo hay una nube de humo en la que se reflejan las luces de color de una lámpara giratoria, una mesa de bar, dos años de locura y un corazón hecho pedazos.
Voy hacia la Novia. Sigue con el chico de lentes, que de vez en cuando la toma de la mano. Ese hogar se desmorona y el chico de lentes lo sabe, quiere aprovecharse de los escombros. Mientras camino pienso una estrategia simple: voy a decirle al pibe, en voz muy alta, que estoy escribiendo la historia de la locura. Y que estoy loco por la Novia. Que me la llevo, por motivos profesionales.
Cuando ya ensayé el versito escucho mi nombre y siento una mano en mi hombro. Estoy tan ebrio que escucho además una canción de Aristimuño que se llama Rocío y creo que es la canción la que me toca el hombro y la que viene a resolver todos mis problemas, o por lo menos a llevarme a la cama.

Mientras tanto mi amiga es la precisión con hombros desnudos: sabe que el hogar se cae, sabe que aplicó un solo golpe mortal en el punto exacto que sostenía los cimientos. Al Novio le va a costar un corazón aprenderlo, pero si yo fuera él también lo sacrificaría.

Plan / 5

In Cosas que pasan, Plan, Relatos on febrero 29, 2008 at 1:17 pm

Baja primero Eugenia. No quiere que su chico nos vea salir juntos del pasillo oscuro que, visto desde el bar, precede a la escalera. Eugenia tiene el maquillaje corrido, y su perfume se ha mezclado con la humedad de la pieza y mi propio olor a Code, cerveza, cigarrillos. Cuando bajo yo, busco a mi amiga. En realidad lo primero que busco es a Eugenia, pero cuando la veo simulo estar buscando a otra persona.
Mi amiga viene a mí: me pregunta qué pasó. Desaparecí, ella creía que me había ido. Le cuento: fue un desastre.
-¿Cogieron?
-Un poco.
-¿Cómo un poco?
-Paró cuando estábamos por llegar.
-¿Por?
Le señalo con la pera al chico que acompañó a Eugenia a la fiesta. El chico tiene cara de estar preguntándole de dónde viene qué hacía y por qué huele a cerveza si en toda la noche él se encargó de llenarle copas de Pinot. De hecho, tiene una botella de Pinot en la mano. Apuesto mentalmente a que desde que vio Entre Copas no compra otra cepa. Mi amiga me dice que huelo a concha.
-A durazno.
Mi amiga me cuenta: está con un flaco puro fuego pero demasiado reventado. Se lo quisiera sacar de encima. Quiere volver al plan.
-Lavate la cara y volvamos al plan.
Pero yo sólo pienso en Eugenia y en cómo me sacó de encima de su cuerpo en el punto exacto en el empezaba a no haber más cuerpos. No puedo no puedo no puedo. Se vistió rápido, al borde la cama y al borde las lágrimas.
A mí todavía me dura la erección y el aroma entre mi boca y mi nariz no ayuda a que baje. Prendo un cigarrillo y me digo que es hora de que las cosas cambien.
Mi amiga me dice algo que no llego a escuchar. Camino hacia el novio de Eugenia y le digo: Malbec, imbécil. Le gusta el Malbec.
Le toco el hombro y acerco mi cabeza a la de Eugenia, mi boca a su oreja. Quiero decirle que se vaya a la puta que la parió, pero me sale Voy a amarte siempre, siempre.
El flaco que está con ella me grita algo, me amenaza. No va a pegarme porque no sabe dónde dejar la botella de Pinot.
La fiesta no daba para vino.
Salgo al patio y los Novios están bailando en grupos separados. El plan. La noche se hace larga y el plan sobrevive.
Mi amiga va hacia el Novio. Yo hacia la Novia. Los dos acordamos hacer la misma pregunta, al mismo tiempo, y hacernos señas después de cada respuesta.
Levantamos el pulgar al mismo tiempo. Los dos sonreímos igual: la mitad izquierda de la boca hacia arriba.
-Hay un boludo tomando Pinot. ¿Qué se cree? ¿Que vivimos en la Costa del Vino? ¡El Pinot argentino es una mierda!
La Novia cree que lo mío es elocuencia y no impotencia.
–Me gusta hacerte reír. ¿Tu Novio te hace reír?

Plan / 4

In Cosas que pasan, Plan, Relatos on febrero 28, 2008 at 5:26 pm

Eugenia camina, impone su paso. La música parece seguirla para que cada golpe de la batería coincida con alguno de los movimientos de su cuerpo. Yo estoy ebrio, caliente, y Eugenia tiene un escote asombroso. No puedo mirarla a los ojos ni preguntarle qué hace ahí. Ella me lo explica, yo no la escucho, o todo lo que ella está diciendo a mí me suena a teta teta teta teta. Y eso que aún no se dio vuelta. Yo siempre se lo dije: el mejor culo de la ciudad. Le convido de mi vaso de cerveza y me pregunta si no hay vino. Le explico que la fiesta no da para vino, a pesar de que sé lo que hace el vino en su piel, en su cabeza.
Le explico que quiero irme a la cama con la Novia, y que a mi amiga le gusta el Novio. Que vamos a romper ese hogar. Ella me dice que ese hogar parece fuerte: Novio y Novia están abrazados y se besan. Ese hogar se cae pedazos, le respondo. Nadie demarca un territorio que no está en peligro.
Primero le digo que el bar tiene una pieza, arriba. Y cuando junto fuerza para preguntarle si vino sola me dice que no vino sola y me presenta a su acompañante, un flaco alto, lindo, prolijo, sumamente perfumado. Es la primera vez que veo a Eugenia con alguien y eso me pone nervioso, violento. Me voy rápido de la escena, hacia la chica de la tela roja, la que me tocaba la cola. Paso fugazmente cerca de ella y le aprieto un cachete de modo que si Eugenia me está mirando pueda ver que mi vida continúa. La chica me sonríe, el chico de la remera a rayas está en el baño o en otro universo.
Mi amiga mientras tanto se enrosca en una espalda. Cuando estoy por preguntarme qué queda del plan veo que el Novio mira a mi amiga con un gesto extraño, confuso.
Me siento en un banco de metal mojado con cerveza. Se me mancha el pantalón. Viene Eugenia y me pregunta qué me pasa. Le explico que es un bajón verla con novio.
–No es mi novio, salimos de vez en cuando. 
–¿Ya cogieron?
–No me hagas esa pregunta.
–¿La pasaste mejor que conmigo?
Suspira y me da la mano. Se acerca y siento primero su perfume y después su aliento. Viene de tomar vino.
Cuando pasa la dueña del bar le pido las llaves de la pieza.
Mientras subimos la escalera tengo una rara sensación de vértigo y armonía. La música y yo seguimos cada uno de los movimientos de Eugenia.

Plan / 3

In Cosas que pasan, Plan, Relatos on febrero 27, 2008 at 11:51 am

Pido una cerveza y la dueña del bar me pregunta si tengo que manejar hasta casa. Le digo que no se preocupe, que traiga la cerveza. Insiste, cerca de mí. Le tomo el brazo y le pregunto qué pasa. Me toma la cara con una mano, arruga mi boca y me besa apenas. Siempre me preocupo, me dice.
Nos conocíamos de antes. La primera vez que la vi estaba recostada en una hamaca paraguaya en el patio de una casa y tenía las piernas abiertas. El vestido dejaba ver la piel blanquísima de la parte interior de sus piernas, y su bombacha. Atendía en otro bar cuando mi vida era un hogar y no una noche para romper hogares. Cuando mi vida era una mujer definitiva, actriz, 23 años y sabor a durazno floreciente entre las piernas. La dueña del bar me hace acordar a Eugenia. Hace dos años que no la veo. De repente me duele el estómago. 
Mi amiga me mira y levanta las cejas: sé que un algún lugar preciso de su cabeza se forma la frase cómo estamos hoy, eh. Estamos ebrios pero vamos a apegarnos al plan. Ese hogar se cae a pedazos. Me gusta la novia y a mi amiga le gusta el novio. Cuando vuelvo con la cerveza un chico se interpone entre mi amiga y yo. Una espalda como una cortina.
La espalda brinda con mi amiga y le dice algo sobre su boca. Bien por la espalda: yo también me fijaría ahí. La espalda le hace un ademán y salen al patio, a bailar. Mi amiga está en llamas. Me quedo con la cerveza y los veo irse. Detrás, el Novio y la Novia se besan con remordimiento. El plan se va a la mierda, pienso, y miro a la dueña del bar. Se agacha para buscar hielo y sabe que la estoy mirando. Su marido me acerca un vaso: ¿te alcanza con uno?
Prendo un cigarrillo y observo el cielo. Despejado. Me acerco a la pareja y les ofrezco cerveza. Aceptan. Los abrazo. Le digo al novio que está cada vez mejor y le toco el culo en broma. Él hace lo mismo. Yo entonces lo dudo un instante: en el tiempo exacto en el que el Novio vacía el vaso de cerveza yo evalúo las posibilidades de bajar mi mano izquierda por la espalda de la Novia, la cintura de la Novia y la tremenda cola de la Novia mientras mi mano derecha está aún en la cola del Novio. Digo una broma sobre los cambios de rutina: si van a probar con un trío les dejo mi teléfono. La Novia se ríe más que el Novio y yo a esta hora tomo todo como una señal: la Novia me toca el brazo y yo escucho una alarma de incendio, o veo en el cielo despejado el logo de Batman.  Sonrío de más y me doy vuelta hacia la derecha, lo que me obliga a deslizar la mano izquierda por la espalda de la Novia, la cintura de la Novia y el comienzo de la cola de la Novia. Cuando me doy vuelta veo a mi amiga: baila con el chico de la espalda y sonríe como si quisiera ser una estrella fugaz, un haz de luz brillante en ese patio opaco.
That’s when i want
Some weird sin just to relax with
. Iggy Pop. Despido a los novios, recojo la cerveza del suelo y voy hacia el centro de la pista, a bailar. Ese hogar se cae a pedazos y mi amiga deja que todo se desmorone solo. Ella puso la dinamita y se escondió tras una espalda hasta que todo explote.
Entonces entra, sorpresiva, insólitamente, Eugenia. 

Plan / 2

In Cosas que pasan, Plan, Relatos on febrero 26, 2008 at 1:03 pm

La novia no se despega del novio. Ese hogar es fuerte, digo. Mi amiga lo niega porque es más sensible que yo: ese hogar se cae a pedazos. La fiesta no está mal pero nadie se vuelve loco. Compramos más cerveza porque un vino sería un gesto excesivo. Nadie se vuelve loco. A mi amiga le gusta el Novio y a mí me gusta la Novia y la cerveza con espuma.
Entre esperar a ver qué pasa y hacer que pase hay un gesto de por medio: paso mi mano por la cintura de la novia y la llevo con una excusa tonta, dónde queda el baño o salvame de esta chica que no para de hablar. Eso no deja de ser cierto: una chica de muecas desproporcionadas a veces logra imponer su voz a la música mientras su cuerpo dice todo el tiempo algo recargado sobre las convenciones sociales y las maneras de relacionarse que tienen todos los humanos menos ella. 
La agarro de la cintura y mido cuánto apretar. Cuando nos separamos del grupo quito mi mano, y en ese movimiento noto que efectivamente la Novia tiene un culo de puta madre. Apenas lo toco. Pido disculpas con un gesto que intenta explicar que me empujaron, aunque no hay nadie cerca.
Miro a mi amiga: tiene su mano sobre el hombro del Novio.
Este hogar se cae a pedazos y nosotros vamos a vender los escombros.
Entonces me equivoco: le pregunto quién era la chica de la remera roja, la que me tocaba la cola. Ella no la conoce. Conoce al de remera a rayas que la está besando. Es inglés y cuando dice pija todos se ríen porque le cuesta pronunciar la j. La Novia me cuenta todo eso pero está ausente. Yo le miro las tetas y ella no lo nota: todo su cuerpo está conmigo pero ella está debajo de la mano de mi amiga, encima del hombro del Novio. La distracción me cuesta cara y ella ahora es un ama de casa en pie de guerra. No termina sus frases, nada le importa. Se toma el pecho con la mano y sin darse cuenta mueve la tela de su vestido y descubre una parte menos bronceada de una de sus tetas. Me muerdo los labios porque sé que perdí. De nuevo. Intento retomar y le tomo la cintura. Ella me saca la mano. Vio la mirada de mi amiga. Tiene que proteger a su manada. Veo la furia y grito el nombre de mi amiga. Que no hay más cerveza, le digo, que compre otra. Mi amiga al principio no entiende pero después no hace falta nada más. Saca su mano del hombro del Novio y se va a la barra.
Una vez allí le digo que me salió mal.
Vemos cómo la Novia toma del brazo al Novio y se van al fondo de la fiesta. Discuten.
Te salió perfecto, me dice mi amiga.

Plan

In Cosas que pasan, Plan, Relatos on febrero 25, 2008 at 10:55 am

La chica no es la más linda de la fiesta pero se para a mis espaldas y su cola toca la mía. yo tengo una copa a punto de brindar, me hago el distraído y busco algo en el bolsillo trasero del pantalón. Cola dura, redonda. Ella se da cuenta y empuja, lleva su mano atrás, también, y me pellizca el cachete. Yo estoy hablando de romper un hogar: a mí me gusta la novia y a mi amiga le gusta el novio. La novia no es la chica que tengo a mis espaldas, pero un pellizcón puede cambiar un plan de guerra. Detengo la estrategia aunque mi amiga sabe que sólo la pospongo. La chica vuelve a su posición inicial y su cola está exactamente contra la mía. Yo saco la mano del bolsillo y la toco, ya sin sutilezas. Cola dura, redonda. Me resisto a darme vuelta porque sé que el primero en hacerlo pierde. Tengo que agacharmae a dejar la botella de cerveza negra en el piso y ella aprovecha para tocarme con la palma abierta. Me incorporo aturdido: probablemente sea la mejor tocada de culo que me hayan hecho en una fiesta. La devuelvo, apretando el cachete y llevando mi dedo gordo de la mano izquierda a la costura del medio del pantalón de la chica. Mis dedos más largos perciben la curva y me transmiten una sensación de esfera, de cola dura, redonda. Dejo la mano unos quince segundos. ¿Me atengo al plan? me gusta la novia y a mi amiga le gusta el novio. Estamos ebrios y ella está hermosa, pura piel. Pero el plan es complicado y la chica de la cola hace uso de su turno en el juego, me recorre la cola con un movimiento de semicírculo desde la pierna derecha a la pierna izquierda y termina en el centro, empujando con el dedo. No puedo evitar arrugarme como una hoja de papel y me doy vuelta. La miro. Tiene el pelo negro, una tela roja y brillante le cubre la espalda y está besando a un chico de remera a rayas. Brindo porque perdí, le digo a la novia, que por casualidad pasa cerca de mí y lejos del novio. El novio está en otro extremo de la fiesta, a punto de no resistir una invitación a bailar.