Publicado en revista Escenarios en mayo de 2006.
Los suplementos culturales sirven para envolver huevos
Por Emanuel Rodríguez
Esto me pasó la semana pasada: mi abuela fue a comprar huevos a uno de esos almacenes en los que todavía envuelven los huevos con papel de diario. Es un almacén cómodo y completo, con una clientela militante que gusta de llamar “turcos” a los dueños. Uno de “los turcos” envolvió la media docena de huevos con una hoja del diario. Por una casualidad casi austeriana la hoja del diario era del suplemento cultural y tenía una nota que yo firmaba. El diario era del mismo día, y ese detalle entristeció a mi abuela porque entendió que el dato era la prueba contundente de que nadie lee el suplemento cultural de los jueves y que mi profesión estaba básicamente sirviendo para envolver huevos en los almacenes de los barrios que aun envuelven huevos con papel de diario. La anécdota se completa con la respuesta de los turcos ante mi abuela que, ofendida, les preguntó porqué envolvían los huevos con una nota de su nieto y no con deportes, por ejemplo, o con los clasificados. Tengo para mí que mi abuela esperaba que le respondieran que ya habían leído mi nota –que por cierto les había gustado mucho- y que por eso descartaban el suplemento cultural ante una repentina escasez de diarios viejos. Mas la respuesta no fue tan gratificante: “Nadie lee el cultural”, señora. Mi abuela comentó los hechos en la mesa, que ese jueves estaba convenientemente poblada de tíos y primos interesados en el debate. Uno de ellos opinó que es absolutamente cierto que nadie lee los suplementos culturales. Y que por eso La Voz del Interior, por ejemplo, ya ni siquiera lo publica aparte, sino como una sub-sección de Espectáculos. Y que lo que había que hacer era resignarse a esa dura verdad del mercado. Pronto te quedarás sin trabajo, me dijo. Otro tío opinó que yo formaba parte del problema, por no saber cómo llegarle al almacenero. Dijo entonces que lo que hay que hacer es hablar, en los suplementos culturales, de lo que pasa en la calle, de cosas que le interesen al almacenero y no a los pequeños grupos de escritores y artistas que leen el suplemento para saber qué dicen ellos sobre ellos mismos. Nadie entiende lo que dicen, porque hablan en códigos. Mi prima acotó que el almacenero no leía los suplementos culturales porque éstos se han convertido en un espacio cholulo que inventa cada jueves un par de genios literarios consagrados por los ránkings de venta y después, cuando el lector va al libro, se da con que se trata de un tipo sin méritos literarios superiores a cierta desfachatez simpática. Se privilegia el culto a la personalidad y no los méritos artísticos. Además –aquí se sumó un novio de otra prima, de profesión actor- ¿qué es la cultura para los tipos que hacen los suplementos culturales? ¿Por qué no hablan de teatro, por ejemplo? Por que eso va en espectáculos, le digo. ¿Por qué no hablan de cine? Por que eso va en Espectáculos, le digo. Lo que va en Cultura se define así: libros, artes plásticas, debates intelectuales. Y punto. Cuando un primo ingenuo quiso insinuar que los suplementos culturales estaban presos de las editoriales, mi padre ingresó a la conversación con un argumento novedoso: La popularización de los suplementos culturales no funcionó como estrategia para ganar más lectores y además terminó con ese valor agregado que tenían: por eso no los lee nadie. Ni los que los leían antes –porque ahora están defraudados- ni los que no lo leían antes -simplemente porque jamás les interesó-. Y las editoriales ahora anuncian sus novedades en otras secciones del diario. En Sociedad. O en Política. O en policiales. Los últimos grandes éxitos editoriales de Córdoba fueron casos escandalosos: la historia del violador serial –que salió en Policiales-, y las transgresiones de un cura –que salieron en Sociedad. Otro pariente –yo ya me había perdido y no sabía bien quién hablaba- dijo que para él, el problema es Internet: como se puso de moda la lectura rápida, los medios gráficos se imponen la premisa de ofrecer textos cortos más o menos entretenidos que satisfagan un mínimo requerimiento de saber un poco de casi todo. No hay profundidad. El futuro de los suplementos culturales es convertirse blogs. ¿Qué es un blog?, preguntó mi abuela. Pero nadie le contestó. Mi abuelo volvió a la charla: ¿a los diarios ya no les importa el prestigio que les da tener un buen suplemento cultural?No. La idea de prestigio está perimida: lo que da prestigio al diario, ahora, es la primicia, el llegar antes. Tener una noticia antes que el otro diario. La respuesta vino, contundente, de parte de mi padre, que ha sorprendido a todos con su conocimiento sobre la mecánica de los medios. Para mí, dijo uno que se había quedado con ganas de contestarle al primer tío que abrió la boca, se equivocan los que creen que no hay mercado para la lectura. Yo creo que sí hay gente que lee textos largos y profundos y que los diarios deben apuntar a esos lectores. Allí hay un error: combatís la lógica del sistema desde los propios pilares del sistema. Terminás reforzando la idea de que lo importante es que el suplemento cultural se venda. Y lo importante es que dé cuenta del acontecer cultural de la ciudad. Que publiquen textos inteligentes, que muevan a la polémica, que lleven a la reflexión, que inquieten y conmuevan. Alguien tenía que decirlo y alguien lo dijo: Eñe es la respuesta. Un suplemento cultural que devino en revista y que además es exitosa. Es el modelo a copiar. Yo no sé –dice mi tía- por qué todos los diarios no hacen lo que hace Eñe. Porque no tienen los recursos económicos para hacerlo, le responden. Sin embargo está más que claro que el objetivo de todos los suplementos culturales es parecerse cada vez más a Eñe. Textos cortos. A veces una entrevista larga. Más textos cortos. Y mucha publicidad. Eñe es finalmente el suplemento cultural que uno puede leer en el baño. A esta altura del debate el papel de diario que envolvía los huevos ya estaba sin pretensiones metafóricas abollado y cubierto de cáscaras dentro de un pote de basura. La familia entera coincidía en que algo está mal en los suplementos culturales y cada uno se reservaba su estrategia para que eso cambie o para aceptar esa realidad con el mínimo displacer posible. Yo miraba el tachito de basura y pensaba que debía terminar de almorzar rápido porque la redacción cerraba en dos horas y no recuerdo qué nota no podía esperar.