RELATOS

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Los suplementos culturales

In Cosas que pasan on septiembre 26, 2006 at 1:15 pm

Publicado en revista Escenarios en mayo de 2006.

Los suplementos culturales sirven para envolver huevos

Por Emanuel Rodríguez

Esto me pasó la semana pasada: mi abuela fue a comprar huevos a uno de esos almacenes en los que todavía envuelven los huevos con papel de diario. Es un almacén cómodo y completo, con una clientela militante que gusta de llamar “turcos” a los dueños. Uno de “los turcos” envolvió la media docena de huevos con una hoja del diario. Por una casualidad casi austeriana la hoja del diario era del suplemento cultural y tenía una nota que yo firmaba. El diario era del mismo día, y ese detalle entristeció a mi abuela porque entendió que el dato era la prueba contundente de que nadie lee el suplemento cultural de los jueves y que mi profesión estaba básicamente sirviendo para envolver huevos en los almacenes de los barrios que aun envuelven huevos con papel de diario. La anécdota se completa con la respuesta de los turcos ante mi abuela que, ofendida, les preguntó porqué envolvían los huevos con una nota de su nieto y no con deportes, por ejemplo, o con los clasificados. Tengo para mí que mi abuela esperaba que le respondieran que ya habían leído mi nota –que por cierto les había gustado mucho- y que por eso descartaban el suplemento cultural ante una repentina escasez de diarios viejos. Mas la respuesta no fue tan gratificante: “Nadie lee el cultural”, señora. Mi abuela comentó los hechos en la mesa, que ese jueves estaba convenientemente poblada de tíos y primos interesados en el debate. Uno de ellos opinó que es absolutamente cierto que nadie lee los suplementos culturales. Y que por eso La Voz del Interior, por ejemplo, ya ni siquiera lo publica aparte, sino como una sub-sección de Espectáculos. Y que lo que había que hacer era resignarse a esa dura verdad del mercado. Pronto te quedarás sin trabajo, me dijo. Otro tío opinó que yo formaba parte del problema, por no saber cómo llegarle al almacenero. Dijo entonces que lo que hay que hacer es hablar, en los suplementos culturales, de lo que pasa en la calle, de cosas que le interesen al almacenero y no a los pequeños grupos de escritores y artistas que leen el suplemento para saber qué dicen ellos sobre ellos mismos. Nadie entiende lo que dicen, porque hablan en códigos. Mi prima acotó que el almacenero no leía los suplementos culturales porque éstos se han convertido en un espacio cholulo que inventa cada jueves un par de genios literarios consagrados por los ránkings de venta y después, cuando el lector va al libro, se da con que se trata de un tipo sin méritos literarios superiores a cierta desfachatez simpática. Se privilegia el culto a la personalidad y no los méritos artísticos. Además –aquí se sumó un novio de otra prima, de profesión actor- ¿qué es la cultura para los tipos que hacen los suplementos culturales? ¿Por qué no hablan de teatro, por ejemplo? Por que eso va en espectáculos, le digo. ¿Por qué no hablan de cine? Por que eso va en Espectáculos, le digo. Lo que va en Cultura se define así: libros, artes plásticas, debates intelectuales. Y punto. Cuando un primo ingenuo quiso insinuar que los suplementos culturales estaban presos de las editoriales, mi padre ingresó a la conversación con un argumento novedoso: La popularización de los suplementos culturales no funcionó como estrategia para ganar más lectores y además terminó con ese valor agregado que tenían: por eso no los lee nadie. Ni los que los leían antes –porque ahora están defraudados- ni los que no lo leían antes -simplemente porque jamás les interesó-. Y las editoriales ahora anuncian sus novedades en otras secciones del diario. En Sociedad. O en Política. O en policiales. Los últimos grandes éxitos editoriales de Córdoba fueron casos escandalosos: la historia del violador serial –que salió en Policiales-, y las transgresiones de un cura –que salieron en Sociedad. Otro pariente –yo ya me había perdido y no sabía bien quién hablaba- dijo que para él, el problema es Internet: como se puso de moda la lectura rápida, los medios gráficos se imponen la premisa de ofrecer textos cortos más o menos entretenidos que satisfagan un mínimo requerimiento de saber un poco de casi todo. No hay profundidad. El futuro de los suplementos culturales es convertirse blogs. ¿Qué es un blog?, preguntó mi abuela. Pero nadie le contestó. Mi abuelo volvió a la charla: ¿a los diarios ya no les importa el prestigio que les da tener un buen suplemento cultural?No. La idea de prestigio está perimida: lo que da prestigio al diario, ahora, es la primicia, el llegar antes. Tener una noticia antes que el otro diario. La respuesta vino, contundente, de parte de mi padre, que ha sorprendido a todos con su conocimiento sobre la mecánica de los medios. Para mí, dijo uno que se había quedado con ganas de contestarle al primer tío que abrió la boca, se equivocan los que creen que no hay mercado para la lectura. Yo creo que sí hay gente que lee textos largos y profundos y que los diarios deben apuntar a esos lectores. Allí hay un error: combatís la lógica del sistema desde los propios pilares del sistema. Terminás reforzando la idea de que lo importante es que el suplemento cultural se venda. Y lo importante es que dé cuenta del acontecer cultural de la ciudad. Que publiquen textos inteligentes, que muevan a la polémica, que lleven a la reflexión, que inquieten y conmuevan. Alguien tenía que decirlo y alguien lo dijo: Eñe es la respuesta. Un suplemento cultural que devino en revista y que además es exitosa. Es el modelo a copiar. Yo no sé –dice mi tía- por qué todos los diarios no hacen lo que hace Eñe. Porque no tienen los recursos económicos para hacerlo, le responden. Sin embargo está más que claro que el objetivo de todos los suplementos culturales es parecerse cada vez más a Eñe. Textos cortos. A veces una entrevista larga. Más textos cortos. Y mucha publicidad. Eñe es finalmente el suplemento cultural que uno puede leer en el baño. A esta altura del debate el papel de diario que envolvía los huevos ya estaba sin pretensiones metafóricas abollado y cubierto de cáscaras dentro de un pote de basura. La familia entera coincidía en que algo está mal en los suplementos culturales y cada uno se reservaba su estrategia para que eso cambie o para aceptar esa realidad con el mínimo displacer posible. Yo miraba el tachito de basura y pensaba que debía terminar de almorzar rápido porque la redacción cerraba en dos horas y no recuerdo qué nota no podía esperar.

Cita aciaga

In Cosas que pasan on septiembre 26, 2006 at 12:30 pm

Publicado en el suplemento «Córdoba apasionada» de La Voz del Interior, el 24 de septiembre de 2006.

La vi tropezándose con las mesas del Quijote. Con sus enormes lentes rojizos, parecía Cate Blanchett en Vida Bandida. Unos días después caí en la cuenta de que así hubiera llegado, esta chica, con uniforme de jugadora de rugby, igual me hubiera parecido que era como Cate Blanchett en Vida Bandida. Porque en ese verano pasaban esa película a cada rato en Cinecanal y porque de los que esperábamos algo ese lunes al mediodía en El Quijote, el más triste era yo.

La chica se llevó todo por delante y al tiempo que se sentó, aclaró las cosas: fumo mucho, no tomo alcohol y no tengo relaciones sexuales. Hola.

No le gusté, pensé.

– ¿Qué van a tomar?

– Un taxi – volví a pensar. Pero pedí dos cocas.

¿Por qué dos personas que no se conocen tienden a romper el encanto de la ceguera?

Hablamos de la vida.

Ella, de su novio en Polonia.

Yo creo que inventé una novia en Austria, para no ser menos.

– ¿En qué ciudad de Austria?

– En Río Ceballos.

Después hicimos listas de libros, discos, películas. Ella no había visto Vida Bandida. Y no le gustaba Pink Floyd. «No consumo tristeza», me dijo.

Efectivamente, fumaba mucho. No sé, no tuve oportunidad de saberlo, si mintió en las otros dos.

– Me gustás más por chat, nena.

– Me pasa lo mismo.

Nos dijimos chau como quien se dice adiós. La noche siguiente cada uno borró al otro de su lista de contactos. Después le conté todo a mi terapeuta. Está buena, mi terapeuta. Por eso no me curo.

ARREST THIS MAN

In La piedra en el zapato on septiembre 18, 2006 at 2:30 pm

Tengo un amigo que acaba de recibirse de doctor en, digamos, filosofía. Tiene mi misma edad, y no deja de preguntarme cuánto me falta para recibirme, qué estoy cursando, con qué profesor, leyendo qué y comprendiendo a niveles trascendentales qué parte de la obra de quién. No me deja beber en paz. Me dice que en La Sorbona todo es distinto. Yo no le soy sincero: le digo que qué bueno, pero pienso que este muchacho ha invertido un dinero que jamás alcanzaré a tener, un tiempo que jamás volveré a vivir y un esfuerzo que jamás podré respetar, y no le alcanza –luego de tanto- para decirme más que “en La Sorbona todo es diferente”. Y sí. La Sorbona está en, digamos, Francia, y acá es acá. Empecemos porque allá hablan –supongo- otro idioma. A mí me faltan catorce materias y poca gente sabe que no terminé el secundario, y aún así ya sabía que La Sorbona era diferente a acá. Ya lo sabía. Una cascarita de maní se le pega a los dientes y dudo en avisarle. Me da gracia su elegancia new age y ya no lo escucho (creo que dice algo sobre las francesas, no me importa) sólo lo veo y trato de ver quién soy para este tipo que hace unos años era mi amigo. Analizo el lugar, las mesas alrededor, recuerdo mi firma en la planilla del supermercado y reprimo las ganas de irme de aquí. Canto para mis adentros, emocionado: arrest this man, he talks in maths… Me mira y se da cuenta, digamos, de que no le presto atención, de que tal vez lo esté estudiando para atizarle un golpe de puño; y lleva el vaso de cerveza ya tibia a su boca graduada. La cascarita sigue allí, contrastando con el suéter de hilo blanco que su mamá ha lavado –lo sé porque me lo dijo- con skip intelligent. “Sos un personaje, vos…” me dice y me pregunta cuáles son mis planes. Me aconseja recibirme porque sin el título no soy nada. No soy nada. ¿Qué harían el mozo y la moza si me largara a llorar en este momento? ¿Verían acaso que mis lágrimas no son por mí? ¿le avisarían a Mariano que tiene una cascarita de maní entorpeciendo su sonrisa?

Súbete a mi coche

In Uncategorized on septiembre 15, 2006 at 3:42 pm

Publicado en La Voz del Interior, el 4 de agosto de 2005.

Loas al gran Lucas.

Un Rastrojero Diesel desde el que Walt Whitman “vende huevos, quesos, salames”. Un Fairlane “cuatro puertas, excelente estado”. Un Renault 12 “exiguo de papeles, de chapa y de pintura”. El escenario agónico de Automotrices tiene protagonistas que luchan contra el fin del sueño industrial. Los encantadores antihéroes de fabricación nacional de Lucas Tejerina recorren las rutas de un país que, como ellos, alguna vez fue flamante. Recorren rutas que son como la carretera perdida de David Lynch pero entre Quilino e Ischilín, con todo lo que eso tiene de humor, de aventura, de extrañamiento, y de la belleza otoñal de un paisaje marchito.La de Tejerina es una poesía narrativa con estrofas potentes, intensamente excitantes : “íntimamente sé que la vida es basura, / igual, soy brutalmente feliz, / como un tractor”. Entre la chatarra y el éxtasis, auto y hombre llevan una relación de simbiosis: “mi reino es un Ramblert”, dice el poeta, y luego se define como “la nada envuelta en un Peugeot 504”. Hombre y auto entre el éxtasis y la chatarra son la misma cosa: “Todo ha de terminar por unirse en chapa y alma / en una esquina donde no se alcance / a frenar del todo”.

Otras veces el coche es una metáfora del hombre, como en una de las estrofas más sugestivas de este pequeño libro: “Solo / día y noche en la calle / este oscuro otoño deshojó al Gordini”.

La infinita tristeza de un auto desmantelándose sin remedio juega constantemente con esa brutal felicidad como de tractor, y ese juego es motor de una acción épica: “Exiguo de papeles, de chapa y de pintura, / el R-12 intenta llegar a la frontera”. Con un alambre por antena, el Renault que alguna vez fue símbolo de la prosperidad de la clase media argentina “atraviesa pueblos hundidos”, paisajes de desolación y va, íntimamente convencido de su seguro fracaso, pero queriendo para sí “la furia, todo el poder y la gloria”.

No es un poemario para amantes de los fierros: no hay tunning en Automotrices, sino despojos de una época, de un país y de un hombre que guarda “rencor como para andar 25.000 kilómetros”. No hay autos importados ni cero kilómetros. Hay, sí, un trabajo con la melancolía que a diferencia de Provincia Tristeza, el primer libro de Lucas Tejerina, no se queda en la profundización del sentimiento sino que avanza en su transmutación en una extraña y poderosa sensación vital de júbilo.

No es un consuelo, porque a Tejerina no le gustan los lugares comunes, sino un camino alternativo hacia un triunfo personal. He ahí la épica. “No quiero escribir como Zelarrayán, Ricardo, / ídolo de los jóvenes poetas bonaerenses; / no quiero escribir como los estereotipos / de la literatura cordobesa; / no quiero escribir como escribo”, dice una voz que entre la chatarra encuentra un camino al éxtasis y busca explicar “lo bien que me siento / de saberme excluido del círculo de los versos”.

Una clave de esa auto exclusión del autor del ámbito de la poesía vernácula pasa por su original búsqueda de un lenguaje rabioso pero que no se precipita sino hasta el momento culminante. Prácticamente no hay adjetivos, por ejemplo. La fuerza emotiva está contenida en sustantivos muy sugestivos, como cuando dice “soy un Fairlane cuya carcaza / se ha desprendido de una nube”; y se desboca en adverbios precisos, como cuando dice “soy brutalmente feliz”.

El libro se vende a valor Gordini: $ 3. Y lleva a lugares raros, mustios y jubilosos al mismo tiempo. Como los Renault 12 frente a los nuevos autos con reproductor de mp3, Tejerina pelea solo pero contento una batalla sensible. Uno de sus poemas lo dice así: “Hey, hombre / no hay título universitario / que pueda salvarte de tener que vivir. / Estoy volviendo a brillar, otra vez”.

Experimentos /// 4. Vendedores

In Experimentos con la verdad on septiembre 5, 2006 at 2:27 pm

30 días comprando boludeces a los vendedores ambulantes del centro de Córdoba.

Día 1.

Mi primer trabajo fue en el semáforo que hay en Rafael Núñez y Gervasio Méndez. Con mis hermanos, vendíamos alfajores a gente que conducía autos muy lindos. No duramos mucho. Unas semanas. No estábamos hechos para ese trabajo porque teníamos mucho resentimiento, y odiábamos a los que manejaban autos de gente rica, sobre todo porque no nos compraban ni un puto alfajor.
De ahí que, 15 años más tarde, cuando culmino la compra de un reloj despertador, le digo al vendedor que yo también vendía cosas en la calle.
– ¿Qué vendías?
– Alfajores.
– ¿Cuántos años laburaste en la calle?
– Una semana. Después a mi mamá le empezó a ir mejor.
– Entonces no te hagás el pistola.
Inmediatamente mete la plata en su monedero y prepara otro despertador para seguir aturdiendo a la peatonal con su pipipipí pipipipí.
– No quise…
– Íte, viejo. Tenemo que laburá.

Día 2.


Me siento en un banco de la plaza San Martín a hacerme el cabizbajo. Quiero que una mujer con dinero se apiade y se enamore de mí al mismo tiempo y me lleve con ella a su casa con pileta y me preste su teléfono para llamar a mis abuelos y decirle que lo he conseguido: he triunfado en la vida. Al lado mío hay un vendedor de pilas y títeres. Uno de los títeres hace un ruidito infernal. Chujíiiii, chujíiiii… Es una especie de pájaro con lengua de lagarto de trapo.
– ¿Cuánto cuestan?
– Tres peso.
– ¿Los hacés vos?
– ¿A qué?
– A los títeres…
– No. Son coreano.
– ¿Y de dónde los sacan?
– ¿Nosotro? Lo compramo en el mercado…
– ¿Ustedes?
– Nosotros –y señala la nada – mi mujer y yo.
Miro sin entender. Tal vez allá en el fondo su mujer vende los títeres en otra vereda. Pero no. El vendedor hace un ademán de abrazo, inclina la cabeza, llena su mirada de ternura y le dice a la nada entre sus brazos: – ¡Mirá mi amor, este chango creía que a lo títeres lo hacíamo nosotro!

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Ya no sos igual

In La piedra en el zapato on septiembre 1, 2006 at 1:16 pm

Publicado en La piedra en el Zapato. Me da fiaca fijarme cuándo.

El otro día fui y me hice monotributista. Todo un flash. Horas y horas de filas y filas, rodeado de gente con maletines y lentes, corbatas y carpetas. Agarré y llené un formulario 014  o 0114, con mis datos más íntimos. Un edificio horrible atestado de monotributistas alberga ahora una ficha con mi nombre, mi dirección, mi número de teléfono y mi talle de calzoncillos (no lo pedían, pero jamás he podido llenar una ficha sin poner aunque sea subliminalmente  mi talle de calzoncillos): todos los datos necesarios –supongo- para que si alguien quiere cagarme a trompadas sepa dónde ubicarme. Todos los datos necesarios, supongo, para que ahora el Estado sepa que –ups- existo de una manera fiscal y burocrática, y ya no soy -¿ya nunca volveré a ser?- esa cosa inclasificable que a ellos les gusta llamar “tabajador en negro”. Filosóficamente hablando el trámite trae aparejadas soluciones inmediatas al dilema del ser: ¿qué soy? Soy un monotributista. Es desde varios ángulos una palabra graciosa y horrible a la vez, monotributista, un rótulo complejo. Desde hace unos días, me presento ante la gente: Hola, soy Emanuel Rodríguez, monotributista. Donde antes no sabía qué poner luego de ¿profesión? (porque, enfréntolo, ¿qué soy? ¿escritor? Nop ¿periodista? Nop ¿humorista? ¿es eso una profesión?) ahora puedo decir, sin mucho orgullo, monotributista. Los monotributistas somos un grupo de gente bastante particular. Gente buena, en general. Gente que gusta de pagar al pedo 96 pesos por mes para que nadie nos rompa las pelotas. Gente que gusta de ir a la Afip a quejarse de que este país está como el culo. Gente bien. Si algo hice bien el otro día, eso fue ir y hacerme monotributista. Emito, por ejemplo, Factura C. Eso le hace bien a La piedra en el Zapato porque me permite facturar en blanco las publicidades. Es un gran paso adelante para la administración de mi panfletillo, pero una enorme e irreversible zancada hacia atrás para el espíritu del mismo, que es mi espíritu, y que en un notable caso de transmigración espiritual se fue de mi cuerpo mientras yo hacía la cola para recategorizarme en la afip, convencido de que los monotributistas carecen de espíritu. De que un tipo que emite factura c ya no merecía tal espíritu, y mucho menos un tipo capaz de levantarse a las cinco de la mañana para hacer fila afuera de un edificio público so pena de quedar afuera del sistema. Vi que mi espíritu me miraba desde la esquina y me gritaba ¡antes querías salirte del sistema, pelotudo! Vi que se iba, se tomaba un café –me daba una oportunidad, la desaproveché- y desaparecía para siempre salvo mediación de Whoopi Goldberg. Yo firmé cuarenta y cinco veces papeles que me asignaban diferentes números, hice imprimir facturas c con mi nombre y mi teléfono –por si alguien me quiere dar una patada en el culo- y unos días después me compré un maletincito negro que es una finura.