RELATOS

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Archivos LPZ. El choque en moto

In La piedra en el zapato on octubre 30, 2006 at 11:01 am

Publicado en La piedra en el Zapato nº20, en noviembre o diciembre de 2003 o 2004.
tapa201.jpgPor qué no hubo festejo de aniversario.

Hay instantes que parecen resumir años, eternidades.
El Pasajero Imprudente a bordo de un radiotaxi decide unilateralmente abrir la puerta para salir aún a pesar de que el automóvil se encontraba en medio de la calzada, intentando huir sin pagar la correspondiente tarifa.
Detengámonos ahí y observemos cómo el Chofer Casi-Engañado adivina por el espejo retrovisor el intento de su Pasajero Imprudente pero no alcanza a enrojecerse de ira porque en segundo plano en el mismo espejo aparece primero como fondo y luego ganando protagonismo según se iba acercando a una velocidad de 35 kilómetros por hora, un Motociclista Autobiográfico, de ninguna manera previsto por el Pasajero Imprudente, y que inevitable y violentamente se lleva la puerta semiabierta del radiotaxi por delante, abollándola en su lateral izquierdo y deteniendo momentáneamente la escapada del citado Pasajero.

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Eterno resplandor

In Uncategorized on octubre 22, 2006 at 7:01 am

Mañana lunes pasan, a las 23, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Dios bendiga a I.Sat.

Esto salió publicado en La intemperie nº14, septiembre de 2004.

Eternal sunshine of the spotless mind, Michel Gondry, EEUU, 2004. Guión del gran Charlie Kaufman.

Una curiosidad de ir a ver Eterno Resplandor de una mente sin recuerdos a la sala del shopping fue confirmar que no pertenezco a ese shopping. A mí alrededor la gente se incorporaba, una vez finalizada la película, maldiciendo a quien le había recomendado “pagar siete pesos por esto”. Parábanse e íbanse, indignados. No les había gustado.

Yo estaba aun con la boca abierta, con taquicardia, con la frente sudada. Una película acababa de hacerme el amor.

Ellos son felices mucho más tiempo que yo: son felices afuera mismo de la sala, donde se los ve sudados, boquiabiertos, admirando la ropa, los autos, los pasajes en avión a una isla del mediterráneo. Ellos son los que me hacen pensar que estoy equivocadísimo, que soy una opaca bola de grasa depresiva perdida en un mundo de brillantes personas felices.

Chalie Kaufman, en cambio, tiene la capacidad de hacerme feliz a mí, y no a ellos. Egoísta, no me paré de inmediato, y contuve las ganas de aplaudir – ¿a quién aplaudir, al proyector de la sala?-. Eterno resplandor de una mente sin recuerdos ha abusado de mí con mi consentimiento. Me ha tomado en un momento particular de mí vida en que –a punto de volarme los sesos- necesitaba saber que en el mundo hay tipos como Charlie Kaufman, como Jim Carey, como Kirsten Dunst, quien –siendo la novia del hombre araña en otra sala del mismo shopping- me ha mirado suspicazmente.

Ésta es sin dudas una recomendación exagerada. Los cambios de, digamos, vida, los momentos en que la cabeza de uno, que iba para allá, vira drásticamente hacia, digamos, otro allá, son hiperbólicos. Son extrañamente exagerados. Había entrado a la sala sabiendo que el shopping y el mundo no eran mi lugar. Salí de allí sin que eso me importe un carajo.

Parábanse e íbanse, indignadas, las chicas y los chicos, mis compañeros del secundario, las mujeres que me dijeron que no, mis jefes en los supermercados, el juez que le embargó la camioneta a mi madre. Yo no. Una película acababa de hacerme el amor.

Libros que te cambian la vida

In Cosas que pasan on octubre 17, 2006 at 4:29 am


Son las 4 am y recién termino de leer La historia del amor, de Nicole Krauss.
¿Cómo sé que se trata de uno de esos libros que me cambian la vida?
Porque son las 4 am.

Encuesta:

¿Cuál fue el último libro que te cambió la vida? ¿Cómo lo supiste?

Los que respondan participan del sorteo de un ejemplar de La Historia del Amor (usado, claro, a menos que la buena gente de Salamandra se prenda con el concurso y me mande otro, nuevo. Entonces ganamos todos: el que sale sorteado se lleva un libro 0km y yo conservo el mío al lado de la colección de libros que le voy regalando a M. mientras me cambia la vida). Le robo un chiste a Woody Allen: ¿Debo seguir regalándole libros a M.? No si no me revela las restantes letras de su nombre.

El sorteo es el viernes. Voy a escribir todos los nombres de los posteadores en papelitos, voy a arrugar los papelitos, los voy a meter a todos en una taza o en un plato dependiendo de cuánta gente participe) y le voy a decir a mi abuelo que saque uno. Mi abuelo me preguntará para qué y no sabré bien cómo explicarle. Comunicaré el ganador por este medio y le enviaré el libro por correo o por el sistema de envío que decida esponsorearme.

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Archivos LPZ: diálogos paranormales con muebles de cocina

In La piedra en el zapato on octubre 12, 2006 at 1:12 pm

Publicado en La piedra en el Zapato nº12, noviembre 2001.

Nadie ha hablado tanto con muebles de cocina como una tía mía que se creía cacerola y que por eso salía a conocer parejas a la alacena más alejada y oscura, un verdadero tugurio en el que, según ella, era posible encontrar pocas sartenes de buenas intenciones. Lo cierto es que los fenómenos de diálogos con muebles de cocina han sido siempre un enigma para los investigadores, por lo que hoy -y a pedido de un extractor- les dedicamos este espacio especial dentro de los expedientes secretos astudillo.

La mesada del horror: Sir Thomas L. Peterson Fernandez, camionero de Cliba y por lo tanto hombre escéptico y distante, había vuelto a casa sobrio y ofuscado por un conflicto laboral. Habríase servido una taza de café y habríalo endulzado cuando de repente y sin citación judicial, la mesada, dice él, comenzó a hablarle de manera irrespetuosa.

-¿Acaso piensas que ser camionero de Cliba es un trabajo denigrante?- le retrucó Sir Thomas.
– No. Lo denigrante es que sigas casado con tu madre, asqueroso bicho repugnante. – dicen que dijo la mesada.

Inmediatamente, Thomas comenzó a darle mazazos a la mesada para que ésta se callara, pero no obtenía otra respuesta que la consabida “sí, sí rudo camionero, !pégame y dime Marta!». Cuando la madre y esposa de Sir Thomas entró a la cocina y lo vio golpear desaforadamente a la mesada, intentó calmarlo, pero no le creyó cuando él le explicó:
-Estaba tiernizando unos bifes para mañana, mi amor.
La ausencia de todo bife conspiró contra Thomas en la corte, por lo que éste terminó preso. la madre y la mesada se mudaron a una casa más grande y compraron películas de Porcel para mirar juntas en la cocina.

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Archivos LPZ: Guía paranormal del precinto 5

In La piedra en el zapato on octubre 10, 2006 at 4:35 am

Publicado en La piedra en el Zapato nº9, 2001.

Si algo caracteriza al precinto 5, aparte de la aglomeración de adictos a los caramelos palitos de la selva, es la ardorosa actividad paranormal que allí se despliega, convirtiendo a la zona en tal vez la decimocuarta o decimoquinta comarca más sobrenatural de toda la zona sur de córdoba, incluyendo barrio Maldonado. No una ni treinta sino sesenta apariciones inexplicables han afectado recientemente la sensibilidad de quienes habitamos el precinto 5, y esto merece por lo menos un resumen que dé cuenta de ello, porque así, señores, así no se puede vivir.

Cuidado con la Santa Ana: si hay una avenida metafísica, podemos decir que ésta es sin dudas la avenida de los muertos vivos, en Arizona, o en todo caso la avenida en la que vivó durante 456 años el conde drácula. Pero el trigésimo lugar en el ranking no está nada mal para una calle local cuyo mayor logro hasta el mes pasado había sido el escueto incidente de los taxistas alcoholizados que tuvieron sexo masoquista con tres perros. Sucede que desde hace un mes, la avenida Santa Ana está transitada ya no sólo por automóviles y motos, sino también por misteriosas fisonomías fantasmagóricas emparentadas físicamente con la imagen de Blanca Curi.  Se trata de figuras extrañas, casi místicas, que no hacen más que pasearse de ida y vuelta por la avenida, asustando a los transeúntes. Al parecer, habrían establecido en la citada arteria, una zona denominada “la zona roja metafísica”, y estas figuras no serían sino fantasmas travestis ofreciendo sus servicios a los muertos. (“uno está muerto pero no es de palo”, habría declarado un espectro interrogado por los expedientes secretos astudillo. “Uno es de palo y está muerto, pero tampoco es para pasarse la eternidad al pedo” habría dicho el maniquí fantasma que lo acompañaba). Trascendió que las tarifas son en australes y que ningún ser vivo puede tener más de dos orgasmos si se acuesta con un travesti muerto.

La otra dimensión, en la calle Espora: se cuenta que atravesando la Espora de punta  a punta provisto de tres crucifijos, $4,50, alpargatas de yute y una remera de Black Sabath, no se accede a la ruta 20 sino a una dimensión desconocida en la que el tiempo no corre para adelante sino para el costado y el espíritu se desprende del cuerpo y asciende a una categoría mayor, aunque los partidos que juega en esa categoría, van por codificado. Los seres que habitan esa dimensión son insólitamente estúpidos, por lo que se recomienda, antes de visitarla, ir acostumbrando la vista viendo en canal ocho los especiales de Gran hermano, con toda la mierda que ya pasaron y mucha más que no pudimos ver pero que nos merecemos, por pelotudos y por argentinos. Algunos de los que han visitado la dimensión desconocida, dicen no haber podido volver a mirar a los ojos a ninguna persona llamada Eric, ni tampoco pueden volver a juntar las rodillas sin emitir un gruñido parecido al gemido de un elefante en celo. La anécdota más increíble acerca de esta “zona”, es la de la verdulera de sesenta años que dice haber viajado hasta allí sólo para comprobar que en la dimensión oscura, el kilo de peras está prodigiosamente más barato que en el híper libertad, aunque no pudo comprar nada, ya que el verdulero de la otra dimensión no paraba de reírsele en la cara al verla tan grotescamente vestida, y con la remera de black sabath escrita con liquid paper por todas partes con la frase “kill the penguins” bordada en la espalda.

El sombrío y tenebroso sesenta del tiempo: un incomprensible transporte de pasajeros del corredor seis que pasa todos los días a las siete de la tarde pero que en lugar de dirigirse desde Alto Alberdi al centro, va desde el año 2001 hasta el 476 D.C, parando siempre en los años 1945, 1810 y 1492, que son las paradas en las que se va vaciando el colectivo hasta llegar al final del recorrido, con la caída de Constantinopla a manos de los turcos otomanos. Necesariamente, el viaje debe ser pagado con un cospel de segunda sección. El viaje al pasado es algo incómodo por lo tétricas que resultan algunas fechas que interrumpen el camino cual lomos de burro en una carretera no temporal: golpes de estado, guerras mundiales, grandes pestes, bombas atómicas, y Ricardo Montaner. Si uno se para en la vereda del frente, puede tomar el sesenta que va al futuro y asistir en la posteridad a espectáculos de circo en los que enanos irlandeses le tiran platos de fideos en la cara al cadáver embalsamado de María Laura Santillán.

Cuento de septiembre

In La piedra en el zapato on octubre 2, 2006 at 1:26 pm

1.¿No leíste el libro de Naomi Klein? le digo, sospechando su respuesta.
¿Vas a comprar la remerita o no vas a comprar la remerita? me dice, con poca paciencia. No era la respuesta que esperaba. Esperaba que me dijera que no había leído el libro de Naomi Klein.
Estas remeritas están hechas por niños famélicos tailandeses, le digo. Yo sólo las vendo, me responde, atinadamente. Noto que usa «sólo» y no «solamente». ¡Vaya uso del adverbio!… pienso, o le digo.
Ella me mira.
La verdad es que me queda muy bien, le digo. Pero está hecha por niños famélicos tailandeses que trabajan esclavizados y reciben pagas degradantes.
Acomodate el cuellito, me dice mientras estira su mano. Siento el roce de sus dedos en mi cuellito. Tiene las uñas limadas y suaves como una especie de nube de calcio.

Naomi Klein, pienso, no estaría para nada de acuerdo con que yo esté de repente pensando en gastarme la mitad de mi sueldo en una remera que dice esta chica que es la que usa Tiger Woods cuando juega al golf. Reparo en que la tela cae de una manera verdaderamente delicada sobre mi panza que incluso adquiere cierto encanto incomprensible. Hay que reconocer que los niños famélicos tailandeses cosen de maravillas, reflexiono.

Te queda bárbaro, insiste, comercialmente seductora, la vendedora.
Lo que pasa es que yo quiero cambiar el mundo, le explico, y las revoluciones no se hacen con remeras de golf.
Me mira con ternura, pero a la vez con cierta incomprensión. En sus ojos adivino que no encuentra las palabras para decirme que si estoy bien vestido probablemente tenga más éxito a la hora de cambiar el mundo.
No, le digo, aunque ella no me ha dicho nada.
Me querés engañar para que compre esta remera. Me hacés creer que me queda bien y que incluso podría tenerte si me la compro, pero en realidad cuando salga de acá me veré ridículo, vestido como el mejor jugador de golf del mundo y sin saber bien de qué se trata ese maldito deporte.
¿Nunca jugaste al golf?
me pregunta, sorprendiéndome.
¡Están explotando niños famélicos tailandeses! grito, desesperado.
Ella llama al guardia de seguridad de la casa Niké. Hay algunos paseantes del shopping agolpados ante la vidriera. No se dice Niké, me corrige mientras el guardia viene corriendo: es Naiki.
¡Ojo! le digo al guardia: soy un luchador por la liberación de mi país, amigo del pueblo y de la libertad. Él parece no escucharme o no le importa un carajo lo que estoy diciendo; está haciendo fuerza para sacarme la remera de Tiger Woods. Mientras forcejeamos, recuerdo que debo caracterizarme por mi valentía y mi espíritu de decisión, así como por mi puntería –aunque en la puta vida vi un revolver, pienso- y por mi astucia. Aun así no logro zafarme de las manos del guardia. Lo que más me sorprende es que la chica, creo, me está haciendo cosquillitas en la parte del torso que me va quedando al descubierto a medida que el guardia va teniendo éxito en su empresa. Tiene las uñas limadas y suaves y su roce es dócil y perturbador a la vez. Poseo movilidad y flexibilidad, características que me permitirían escapar de situaciones de peligro, pero en este momento no puedo hacer un uso efectivo de ellas. Más bien pataleo como un perro epiléptico y grito que no flaquearé ni desertaré, ni mucho menos compraré esa remera de mierda.
Por suerte había ido a la casa Niké con mi amigo el Emilio, que tiene unos músculos poderosos y evitaba con ellos que el guardia me hiciera mayores daños que los que me estaba haciendo. Noté, en pleno forcejeo, que el bueno de Emilio había logrado expropiar una gorra y una tobillera en detrimento de la multinacional capitalista, latifundista e imperialista que explota a niños famélicos tailandeses. Emilio, le dije, medio asfixiado por el penetrante olor a Rexona que salía de la obesa axila del guardia –estaba yo atrapado en una especie de llave de lucha libre-: bien por vos, compañero…

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