RELATOS

Amarillo V

In Amarillo, Relatos on octubre 24, 2008 at 11:28 am

Gracias a un grupo de bailarines desmedidos, la fiesta se estaba transformando en un espectáculo alegre en el que Lola se sentía una actriz de reparto repentinamente encargada de una misión clave. Martín se había quedado en la casa, obsesionado con la reparación de un televisor viejo. Al principio, el cariño de Martín por el aparato le pareció un detalle simpático, una excentricidad entrañable. Cuando se mudaron juntos a la casa aún en construcción, discutieron levemente acerca del lugar que ocuparía el televisor, y unos meses después la soberana preocupación del marido por mantener en funcionamiento ese inútil Hitachi la exasperaba. Sin embargo, había decidido no hacer nada, o limitar la expresión de su descontento a las charlas con Omar, el hombre amarillo. Pero Omar no estaba en la fiesta, y su ansiedad narrativa se vio tan frustrada como la idea, cultivada en semanas previas a la celebración, de repetir aquel baile de la fiesta del sector de embalajes. Una idea que desconcertó a Lola durantes varias noches, cuando en el estado de confusión previo a dormirse imaginaba que el cuerpo tibio que la rodeaba no era el de Martín sino el de su compañero amarillento, y que en el momento en que Martín decidió quedarse a reparar el televisor devino en una fuerza desconocida, un nerviosismo que la hacía temblar y fumar, y que le recordaba insólitamente al frenesí infantil de algunos jueguitos sexuales con su primo del campo, veinticinco años atrás. 

Pero Omar no estaba en la fiesta: su cuerpo de robot oxidado, al que ya estaban todos acostumbrados, no rompía la monotonía cromática de los cuerpos que bailaban en el living de la casa de la secretaria. 

 

Ángeles prefería que le llamaran Angie, e incluso en horas de trabajo usaba por lo menos una palabra en inglés por oración: al principio podía resultar chocante, pero con el tiempo Angie lograba hacerle saber a su interlocutor que su particular manera de hablar era la consecuencia lógica de su trato cotidiano con extranjeros. Se había casado con el dueño de un hostel, y después del divorcio su exmarido le cedió el edificio y el negocio a cambio de que ella no hiciera uso de su extraordinaria capacidad de escándalo. Sola, con dos empleos, había encontrado el equilibrio emocional en el ahorro invernal y los viajes de verano. Y, a punto de irse nuevamente, había organizado una fiesta con sus compañeros de oficina, sus amigos, y los ocasionales ocupantes de las habitaciones del hostel. 

La música retro ayudaba a transformar la nostalgia en alegría y Angie parecía disfrutar mucho de pasear su breve vestido entre la gente. Véanme blanca for the last time, decía. Y prometía volver de Filipinas tostada y brillante. A Lola le divertía la descomunal esperanza que tenía Angie en la acción del sol como combustible espiritual, y la siguió con la mirada, entre la gente. De pronto se descubrió, sorprendida, exaltada: la espalda de Angie le había provocado un inesperado arrebato de deseo. La belleza de esa espalda la había conmovido al punto de imaginarla como una cascada, y de esa figuración pasó a otra que le pareció aun más atrevida, en la que ella misma se bañaba desnuda en las aguas de la espalda de Angie. Cuando terminó de armar en su cabeza esa postal sintió un temblor en las piernas y un ligero calor en el vientre, primero, y en el pubis, después. Perturbada, atribuyó el instante a las copas de Bailey’s que había tomado acaso demasiado rápido, pero no terminaba de equipar su explicación de los argumentos necesarios para evitar su alboroto cuando Angie la interrumpió. 

Los primeros segundos de la conversación fueron incompresibles para Lola, pero en cuanto logró captar el hilo entendió que la anfitriona de la fiesta quería presentarle a un hombre, uno de los huéspedes. Angie insistía en que debía aprovechar su noche de soltera y el retorno a la libertad que eso significaba. Lola podía sentir el olor a alcohol que salía de la desprolija boca de la secretaria, e involuntariamente le apoyó la mano en la espalda. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, no la retiró, y de la misma manera en que se había  comportado con Omar, usó a la amistad como excusa para tocar esa piel blanquísima y suave, irresistiblemente suave. Angie quería presentarle a un hombre de unos treinta años, un inglés que había viajado a la Argentina en busca de una mujer que lo había abandonado. ¿No es tierno?, repetía la secretaria, conmovida por la historia que ella misma estaba contando. Niels apareció por detrás de Angie, con dos copas de Bailey’s, y en un español rudimentario invitó a Lola a bailar. La había observado intensamente, y en la adoración de sus curvas había conseguido por primera vez en dos años dejar de pensar en Polly. Excitado en partes iguales por esa ausencia y por el cuerpo de Lola, esperó una canción apropiada y le propuso a su compañera de baile un cambio de nombre. 

(Continuará)
  1. se está poniendo picante, sí. es una peli. me mata que la fiesta sea del sector de embalajes. me encanta que el hombre amarillo no haya ido a la fiesta y que aún así pasen cosas para Lola.
    «excitado en partes iguales por esa ausencia y por el cuerpo de» —con estilo describiste un, digamos, estado de aquellos. un estadazo. a esa la apunto pero en mi diario.

  2. Hello!Iam from far far away
    and i invite you to see my blog
    when you want it.

  3. muchos caminos confluyeron para traerme hasta aquí y ahora no me puedo ir.
    Cuándo sigue?
    Mientras espero, podrías recomendarme sitios con buena literatura para ir picando?
    gracias,
    un beso.

    Gaby

  4. amarillo huevo

  5. florencia, muchas gracias por la buena onda. Me alegra que te guste esto.

    Gaby: sigue todos los días (de lunes a viernes, porque los fines de semana trato de no tocar una compu)a un capítulo por día, mientras pueda. Probablemente ya hayas pasado por los sitios que te recomendaría, comenzando por Peinate que viene gente y Cosas de Mimbre.

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