RELATOS

Amarillo III

In Amarillo, Relatos on octubre 22, 2008 at 11:00 am

No se trataba en absoluto de algo que ella pudiera definir como una infidelidad, aunque en algunos arrebatos cada vez más frecuentes de culpa, a Lola se le había entorpecido la propia explicación, para sí misma, ni siquiera para Martín, de lo que sucedía con Omar en la oficina. Una serie de monerías cómplices, un trato acaso demasiado gentil, la seguridad de una atracción condenada a un silencio escandaloso. Omar era el primer hombre más o menos cercano por el que Lola había sentido algún cosquilleo después de Martín, y ese cosquilleo se traducía en una sensación pecaminosa, la representación más patente de una traición después de 14 años de pareja estable con Martín el único, el primero. 

Se pusieron de novios a los 16. Ambos iban a colegios religiosos, y se habían educado en la represión imperfecta de los deseos que resulta de concurrir a edificios atestados de seres del mismo sexo. En una fiesta de primavera intercambiaron los datos mínimos y Martín comenzó a esperarla a la salida de las Mercedarias, bicicleta en mano, cigarrillo en boca, y la torpeza y la energía de un tren de carga.

Martín estudió y se graduó en la facultad de ingeniería, y al poco tiempo comenzó a trabajar en la fábrica de su padre. Lola estudió en un instituto privado una carrera ligada a los recursos humanos y entró a la oficina de administración de personal de una metalúrgica. Planearon primero la compra del terreno, y luego la casa: con la precisión de un plan de guerra, Martín había dibujado un paisaje futuro que a Lola le gustaba simplemente aceptar o colorear. 

Cuando Omar ingresó a la oficina, no cambió nada: un chico más, bastante común, parece aburrido, le había dicho a Martín. Sin embargo en pocas semanas ese empleado nuevo se había transformado en materia recurrente de sus sueños, y la auténtica frialdad de su trato inicial, parecida a la indiferencia de un psiquiatra acostumbrado a tratar con suicidas, había variado hasta convertirse primero en un desapego tan impostado que tornaba evidente su verdadero sentido, y luego, con la excusa de una amistad consolidada en tiempos urgentes, en una camaradería amable y colosal. En el límite de lo permitido, Lola frenaba a veces su cara en el saludo habitual para que la boca de Omar encontrara un destino sorpresivo mucho más cerca de su propia boca, o forzaba las excusas para cualquier tipo de contacto corporal. 

El empleado nuevo seguía y alimentaba el juego, aproximaba su cuerpo al de Lola en los pasillos, exageraba galanterías y había llegado incluso a inventar un tono lo suficiente irónico como para que sus piropos no fueran tomados en serio, pero también lo suficientemente robusto como para que esas frases mimosas pasaran de largo sin dejar aunque sea la huella de una inquietud erótica. Esa mecánica histérica era un pretexto, casi una bendición, para que Omar dispusiera de la voluntad necesaria para asistir a la oficina de lunes a viernes y depusiera por fin su reticencia al cumplimiento de horarios. 

Y Lola había reencontrado en las sílabas espesas de los mensajes de Omar la sensación de provocar el deseo de los demás, la terrible dulzura de atraer a un hombre hasta los límites de lo permitido. 

Durante una fiesta organizada por el sector de embalajes, ambos habían podido incluso bailar mientras Martín conversaba con los técnicos mecánicos, y en ese baile mínimo habían dejado que el alcohol y el ritmo de la música acercaran aun más sus cuerpos, se rozaran, y las manos y los brazos se permitieran por fin un exiguo pero intenso paseo por pechos y cinturas. Lola había sentido en esos roces la excitación de una novedad, el aire denso de un calor interno que creía, si no olvidado, por lo menos relegado y desprovisto del encanto del misterio. 

Pero ese día de abril Omar había entrado rápido y amarillo y se había sentado en su escritorio sin besarla, por primera vez sin besarla. Y no había dicho nada. Como un robot inútil, o la resaca de un mobiliario industrial, estaba sentado y ámbar, un hombre oxidado, una piel que parecía despojada de su humanidad. 

 

(Continuará)

  1. Que buena descripción de sensaciones tan humanas e inevitables. Y pensar que uno lo lee y se siente identificado… pero cuando a uno le toca cargar con «pecados» ajenos no lo podemos entender.
    Salu2

  2. Para ser totalmente sincera…no leí ninguno de las tres entradas, porque me frustré al ver que eran largas (y ando un po dispersa y con poco tiempo) y porque yo había escrito un pequeño cuentito con el mismo nombre. Por supuesto que son nada que ver asi que no hay problema. Pero no los leí.
    Igual siempre leo otras cosas. Pero no las cosas largas.
    Un saludo che. Algún día voy a ir a ver alguna de las presentaciones que hacés, pero que no sean de fútbol porque estoy peleada con ese tema.

  3. Lo que te perdés Dadá.
    Muy bueno Emanuel como siempre, una forma de escribir muy linda.
    Si habré hecho boludeces para rozar a una mina. Dios mio.
    Un abrazo cordobé.

  4. me gustaron muchas cosas: que se llame «amarillo», que se llame así porque el chico está amarillo, que el chico esté amarillo (ay, amarillo es una palabra tan linda que dan ganas de decirla mucho). Y el suspenso, de una, ese rodeo, sobre todo que Lola sea una de esas a las que no saludó al comienzo.

    y una nota quizá innecesaria, o no: que passollini, extrañamente, se escribe pasolini.

    saludos y gracias por los relatos, siempre atrapantes y llenos de palabras para atesorar.

  5. Jaja! Realmente, los voy a leer este fin de semana. Tengo bastante que leer de Bordieu a la espera.
    Un saludo.
    ¡Qué lindo que escribís, en serio!

  6. Corregido, ¡mil gracias!

  7. sabias que hay un «colectivo de artistas» que se llama hombre amarillo?.

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